Tal vez intuyo las gotas de un poema, que se instauran en tu boca, en tus pechos, en tus raíces; y como un festín de gorriones o reflejos de lluvia, elevas tu cuerpo de cadencias remotas, de curvas infinitas, de caricias exquisitas, hasta la altura de mis besos salobres y extasiados, que mueren de sed por ti, que navegan en la miel de tu infinito territorio de mujer.
Tu cuerpo es de tierra, de besos, de ladrillos, de niebla dulce, de recodos y horizontes. Por él transitan mi lengua y mi poesía infernal, juntas como si fueran cuerpos dentro de tu cuerpo, siamesas en tu espalda, donde escribo mis rumores impalpables, intactas en tus muslos donde anego mis mañanas vacilantes.
Es mi sombra tu cintura, me tiño con tu cuerpo inflamado en poesía, vivo, despierto como un pulso sin tregua, que acumula una tempestad transparente, un deliquio espeso de azules sonidos, o aquel murmullo inmenso y mineral de tus cabellos. Amo tu cuerpo desnudo, tu vientre parido, tu templo vivo que sostiene mi primer latido cada mañana.