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El Pacto (microcuento)

Él pasó sus dedos por el filo de su pantalón, como queriendo remendar sus arrugas, luego se ajustó la camisa, introduciendo la parte inferior dentro del pantalón. Se alisó el cabello hacia atrás con las palmas de las manos y sintió una gran vacuidad en el alma al mirarla aun desnuda en el borde de la cama. Terminó calzándose.

Salió a la calle apresuradamente. Dentro, ella se quedó en silencio contando el dinero pactado…

© Patricio Sarmiento Reinoso

 


I n s t a n t e s

Te yergues y te separas de mi cuerpo de barro, caminas desnuda hacia el vértice nocturno de las ventanas, observas una marea de ojos allá afuera, un ciclón de latidos, un torrente de gente que cuelga sus vidas en el concreto de la ciudad, que no advierten tu desnudez, aquella que acecha cada minuto contenido en mi almohada.

 Me miras y sonríes sólo lo suficiente, como atinando las notas de fuego que lamen mis instintos desquiciados. Mis ojos siguen la curva de tus pechos, y al amparo de tus caderas de miel o cordilleras, intento devorar los segundos: utopías de tiempo en mi garganta, para soldarme a ese instante que trina, para inhalarte junto con el rumor de la noche.

 Estoy cautivo en la espesura de tu pelo, ese follaje clandestino que se vuelve espejismo o gorrión sin sentencia en cada anochecer. Soy un hereje en tu piel, un pecador de simetría descalza, una sombra en trance, que instaura dos incendios o deliquios al sentirte.

 El instante en que emprendes el regreso, mi corazón se vuelve un puño que suplica, estas a cinco pasos de amarte.

 ©Patricio Sarmiento Reinoso


REENCARNACION

Mientras caía, recordó que eso ya lo había vivido.  La primera vez extendió sus alas e inició su primer vuelo. Ahora no tenía alas, ni siquiera intentó agitar sus brazos, sabía lo que le esperaba. “Ojalá la próxima vez renazca de un cascarón”

©Patricio Sarmiento Reinoso


Dignidad (micro)

Se enteró de su traición, lo dedujo de a poco. Esperó el momento preciso y le increpó fuerte, pero no violento. Ella lo miró con desdén, como sintiéndose liberada de una carga, no lo negó.

Cuando él intuyó que lo iba a dejar, le pidió perdón por descubrirla.

©Patricio Sarmiento Reinoso


de locos y poetas

Una vez hace muchos siglos soñé ser poeta.

¡Loco! Me dijeron las bocas, y los dedos de burla me apuntaron a la indiferencia. Roí lo horizontes de una musa momentánea, aquella que me alimentaba el sendero de la manoseada inspiración, hasta que me topé de cara con los versos. Bulleron entonces las letras unánimes y mastiqué cada sílaba conocida, para licuar la desnudes insomne de mi primer poesía.

¡Loco! Me susurraron los ojos cuando iniciaban su famélica lectura. Yo me quedaba mirándolos como esperando las arcadas gangrenadas de las mentes tísicas; impertérrito me quedaba. Pero sucedía lo contrario, ellos deambulaban por las imágenes mostradas y se sacudían las saladas lágrimas al finalizar. De poeta, me tildaban.

Me di cuenta que las musas son usadas y son bellas. La de los amantes, la de la mujer, la de los cadáveres, todas, son la cimiente o pan con la que nos alimentamos los poetas, las compartimos, pero no por eso son unas cualquiera: son la transparencia que se transfigura en tierra o verso fusilado.

Una vez hace muchos versos deliré ser un loco, pero solamente fui poeta.

 

©Patricio Sarmiento Reinoso

 

 

 



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